“MUGRE ROSA” es el testimonio de resistencia y supervivencia de una mujer frente a una emergencia sanitaria. No, no está basado en los hechos recientes. Está situado en un tiempo sin tiempo y en una ciudad sin nombre. Sin embargo, la semejanza, casi premonitoria del relato, con estos, atrapa e interpela al lector, que no puede evitar ponerse en el lugar de la narradora y rememorar sus vivencias pandémicas.
Narrada en primera persona, recorremos junto a la protagonista la ciudad anónima, que puede ser cualquiera, pero tiene un aire muy montevideano con su rambla portuaria, su malecón con pescadores, el obelisco y “El Clínicas”.
Casi no conocemos la ciudad del “antes”, solamente se nos presenta el “después”: la ciudad de la epidemia. Desierta y agónica, el aire agobia y la niebla aprieta al punto de asfixiar. Vacía y derruida, no se ve nada, ni a nadie. No se escucha más que el eco sordo de los pasos y algún que otro motor lejano. Conforme se agrava la situación, el silencio se vuelve el sonido de la ciudad y esta se torna inhabitable.
Si bien el tiempo de la narración es un presente borroso y difuso por la espesa niebla, el relato viaja al pasado, recorriendo momentos, distintos hitos de la vida de la protagonista, su infancia, adolescencia y madurez. Estos recuerdos, parecen ser más nítidos que el presente, pero la memoria es caprichosa y muestra solamente aquello que quiere, y engulle al olvido otras tantas cosas.
Muchos son los temas que se abordan en la novela. Todos giran en torno a la epidemia, no obstante, la trascienden.
Quizás el tema más ligado a la situación puntual que engloba los hechos, sea el de sobrevivir. Esta supervivencia se caracteriza por la soledad y la monotonía. Y las decisiones que toma la protagonista, poco a poco la van sumiendo más y más en la soledad. Se siente, en cierto punto, como si estar sola, cortar los vínculos que la atan a la ciudad y a su vida anterior, fuese necesario para sobrevivir.
Sin embargo, los vínculos y su entramado en la vida parecen ser el tema central de la novela. A lo largo del relato queda en evidencia cómo una situación extrema nos hace replantear todo lo que somos y cómo y con quién nos relacionamos.
La protagonista habla de cuatro vínculos y relaciones que ha tenido y formado a lo largo de su vida y que son de cierta importancia. Vínculos de sangre y vínculos por elección.
Por un lado, está el vínculo romántico con Max como único interés de la protagonista desde su niñez. Vínculo que atraviesa todas las etapas y que como ella lo describe, no puede romperse fácilmente, porque parecería que están unidos por un elástico. Solamente la epidemia logra lo que ella no pudo.
También están los vínculos de sangre, el de su madre específicamente. Su relación siempre fue conflictiva, pero parece que nuevamente la epidemia ha intercedido y por lo menos, por ahora, su relación ha mejorado. Aunque al mismo tiempo, ella sufre y se disgusta por su madre, porque, al fin y al cabo, es su madre.
Esta relación parece angustiarla a lo largo del relato. Parecería que nunca estuvo a la altura de las expectativas maternas y eso le valió varios reproches.
Tan compleja es esta relación que ella incluso encuentra una “madre sustituta” en Delfa, y es este vínculo, tal vez, el que la motiva a ser ella misma “madre sustituta” de Mauro, un niño al que cuida de su enfermedad y de sí mismo.
Varios pasajes abordan el tema de la maternidad y cuestionan todas las imposiciones y expectativas que la sociedad deposita sobre los hombros de una mujer convertida en madre. Es la voz de una madre que no es madre, pero es tan válida como si lo fuera, porque, ¿solamente es madre aquella que llevó un bebe en su vientre y parió? ¿Cuántos tipos distintos de madre hay? ¡Y son todos legítimos!
Todos estos vínculos, se sostienen durante la epidemia, pero también sostienen a la protagonista, son su cable a tierra. Aunque también son la causa de sus encías sangrantes, ya que ella pasa gran parte de sus días preocupándose y ocupándose de Mauro, Max y su madre.
En situaciones extremas, los vínculos son lo único que nos mantiene a flote y bien lo sabemos nosotros que lo hemos vivido. Así como los vínculos, todo lo cotidiano que solemos dar por sentado se hace visible y cobra una importancia desmesurada.
Si bien la idea de la novela y su posterior escritura anteceden al 2020, es inevitable sentirse reflejada en la protagonista tras los hechos acontecidos estos dos últimos años. El encierro, el hastío y la incertidumbre, sobre todo la incertidumbre.
El “slogan” del gobierno “cada vida cuenta” (terroríficamente similar al “Nos cuidamos entre todos”) sitúa al lector dentro del mismo relato. Imposible no pensar en qué hacíamos nosotros al momento de las conferencias de prensa y los conteos diarios de enfermos y muertos.
Las distopías tienden a devolver un reflejo distorsionado del mundo en el que surgen, siempre mostrando el peor escenario posible. “Mugre rosa” acaricia tanto los hechos reales que por momentos no se sabe si se está frente a un relato de ficción o un testimonio real.
A mi parecer, este es uno de los grandes aciertos de la novela. Todo lo que sentimos aquellos primeros tiempos pandémicos, se agolpa y plasma brutalmente en sus páginas.
La “mugre rosa” es algo puntual en la novela, sin embargo, todo lo narrado está cubierto por una capa espesa y húmeda de niebla rosa, densa y opaca. Todo está sucio, viejo y gastado, hasta la energía de la protagonista. Sí, es un testimonio de una sobreviviente, pero a diferencia de otros relatos de cariz distópico, no hay grandes hazañas, ni luchas empedernidas entre la vida y la muerte. Es más bien, el racconto reflexivo de lo que se tuvo y se perdió; es la resignación, la aceptación y la adaptación. Acá no hay héroes ni heroínas, no son necesarios. Acá lo que hay es supervivencia, pura y dura. Es un relato de resiliencia.
Sofía Inchauspe. 2022.